jueves, 22 de marzo de 2007

Capítulo 6: El baile de las sorpresas

Los amigos organizan el primer baile para recaudar fondos, y cuando surgen los problemas encuentran un aliado donde menos lo esperan.

Al mes de clases, apenas, y para demostrar que el título de organizadores no lo tenían en vano, Damián y Mariana decidieron organizar el primer baile estudiantil del año, destinado a recaudar fondos para el viaje de egresados de fin de curso.
La idea era simple, pero requería de mucho esfuerzo y dedicación. Simple porque se basaba en utilizar el patio escolar, cobrar entradas y vender bebidas; y muy esforzada porque había que cumplir con muchos requisitos previos para conseguir prestado el lugar, y luego, movilizar a todos los compañeros para que cada uno pusiera su hombro a la hora de preparar todo.
La primera dificultad fue convencer a la directora Amelia Ramírez Zorraquín de que los chicos de este séptimo grado no eran como los del año pasado, quienes a poco estuvieron de armar un incendio en la escuela y terminar todos presos. No fue tarea fácil y llevó varias mañanas de ablande por parte de Mariana y Jimena, dedicando cada recreo y minutos libres que tuvieran para conversar con ella en la cocina, mates de por medio, elogiando cuanto vestido horroroso se pusiera y minimizando la increíble cantidad de arrugas que surcaban su cara como si fuera un mapa.
—¡Tengo cincuenta y nueve años! —les confesó una vez, luego de haber recibido todo tipo de halagos por su peinado a la moda.
—¿En serio? —fingió asombro Mariana—. Pero si parece más joven que mi mamá, que apenas tiene cuarenta y cinco.
—Y... son los cuidados que una se hace... —confesó la directora sonriente.
—La verdad que no los aparenta —afirmó Jimena, sorbiendo un mate demasiado caliente que le hizo lagrimear.
—¡Ay, gracias chicas, pero me parecen que exageran!
—¡Para nada, para nada! —exclamaron juntas—. Con ese look está hermosa. Si hasta pensábamos invitarla a nuestro primera fiesta para que realizara el baile inaugural...
—Claro que si usted nos lo permite... —apuntaló Jimena.
La directora quedó pensativa y sorbió lentamente su mate.
—El baile inaugural... —dijo como si pudiera verlo—. Suena muy lindo. ¿Y con quien sería? Porque sus compañeros son todos muy chicos para bailar conmigo.
Las chicas no dudaron ni un instante.
—¡Con el profesor de gimnasia, Arnaldo!
—¡No! —se avergonzó ella—. Si debe tener la mitad de mi edad. Hasta podría ser mi hijo. No, no. No podría...
—¡Vamos, dire! Si es un hombre tan lindo, y además, es un gran bailarín. No puede perderse esta oportunidad.
La directora se quedó pensativa, imaginándose quizás, lo que sería bailar con un joven tan atractivo en la apertura de la fiesta.
Las chicas, en ese momento, pudieron dar por descontado la aprobación de la directora para realizar el baile y se miraron sonrientes.
A Damián le tocó encargarse de la parte estructural de la fiesta y eso consistía en conseguir prestado un buen equipo de música y alguien que se dedicara a musicalizar.
Habló con Martín Suviría, el discjockey del año anterior, que ahora trabajaba con su padre en el taller mecánico de la vuelta de su casa, pero éste se había desecho de todo su equipo, vendiéndolo a un precio increíblemente bajo, y pocas ganas tenía de utilizar uno prestado.
Comentó el asunto en clases y resultó que el gordo Carmelo, su propio compañero de clases, tenía en su casa al hombre indicado: su hermano Javier. Él se dedicaba a animar fiestas infantiles y llevaba consigo un buen equipo de sonido, que poco tenía que envidiarle a los profesionales. Javier aceptó casi de inmediato, poniendo únicamente como condición que le permitieran llevar a su novia y que tuvieran algunas consumiciones gratis.
Solucionado esto, aún restaba organizar a los compañeros para el armado del lugar y la contribución con las bebidas y la comida. Damián se paró frente al curso en el horario gentilmente cedido por la maestra de Geografía, y lanzó su discurso con autoridad admirable.
—Chicos, estamos muy cerca de nuestro primer baile estudiantil y necesitamos trabajar todos juntos para que salga bien. Queremos recaudar lo más posible, por lo que les pido que contribuyan con las gaseosas, los varones, y con la comida, las chicas.
—¿Y qué traemos? —preguntó Soledad levantando la mano, como si Damián fuera un profesor.
—Vamos a hacer varios grupos, así no repetimos las comidas —agregó certeramente Mariana, poniéndose de pie—. Podemos traer tortas, empanadas, sanguchitos y lo que nos parezca que se pueda vender. A ver... armemos los grupos por aquí.
Todas las chicas se reunieron en una esquina y se largaron a charlar muy interesadas en lo que cada una sabía que podía traer ese día.
Por su parte, los chicos siguieron con la mirada a Damián y se agruparon en el otro lado del salón. Todos le prestaban atención, excepto los molestos de siempre, que renegaban de toda autoridad y sólo se dedicaban a tirar papeles y tratar, por todos los medios, de estorbar lo más posible.
Entre los chicos, Damián vio el rostro serio de Juan Diego y dudó de qué decirle. Su mirada inspiraba respeto y eso lo desanimó pronto. Prefería que él no fuera del grupo, pero tampoco se animaba a echarlo, por lo que optó por tratarlo como a cualquiera y hablarle lo menos posible. Aún no podía olvidarse lo que los chicos decían de él y de Mariana y eso bloqueaba sus pensamientos.
—Bueno, nosotros traigamos gaseosas descartables de los gustos que son más ricos, en cantidades parejas. A ver, díganme con cuántas puede ponerse cada uno.
Y así fue anotando el número aproximado de bebidas que los chicos traerían. Sin embargo, los revoltosos se negaron absolutamente a ayudar, pero aseguraron que estarían en la fiesta aunque no los invitaran. Un clima de tensión invadió el aula luego de sus palabras amenazantes.
—Me parece que esto se puede complicar —le dijo Mauricio en el oído a Damián y éste aceptó con la cabeza.
—Esperemos que la presencia de la directora alcance para evitar que armen lío.
—Y sinó, podemos pedirles a tu papá y al mío que vengan y los vigilen —propuso Mauricio.
—No. Olvidate. Nada de padres. Si le llegamos a decir que vengan, no nos van a dejar hacer nada solos nunca.

El tercer sábado del mes de abril los alcanzó pronto y debieron apresurarse para llegar a tiempo con todos los preparativos. En un recreo se encargaron de empapelar toda la escuela con publicidad de la fiesta y en el otro organizaron un sorteo de entradas y consumiciones gratis, que les garantizaría la concurrencia de todos los grados de la escuela.
La tarde del viernes y la mañana del sábado fueron dedicadas a pleno a la preparación del patio y las pruebas de sonido y luces, que tan generosamente había llevado el hermano de Carmelo. Todos los chicos del séptimo grado y algunos compañeros de sexto participaron y nadie se quedó sin tareas para hacer. Fue un trabajo en equipo impecable. Incluso Juan Diego, con todo lo de misterioso que tenía, se arremangaba y ayudaba a colocar los parlantes y tirar los cables disimulados que hicieran falta.
Cuando todo estuvo preparado, se despidieron para vestirse para el baile y regresaron antes de las seis de la tarde, hora en que daba comienzo la fiesta.
La directora Zorraquín fue recibida con una ovación por los chicos, vistiendo un elegantísimo vestido plateado, con un corte atrevido en una pierna y con la espalda al descubierto. El profesor de Educación Física elevó las cejas sorprendido por la elegancia de su compañera de baile y la recibió con un beso en la mano.
—Gracias, Arnaldo —le susurró Mauricio por lo bajo al profesor—. Te debemos una.
En la puerta del colegio se colocó el gordo Carmelo para cobrar la entrada y evitar cualquier ingreso indebido. En lo relacionado con la recepción y con una breve guía de los productos a consumir estaban Analía, Jimena, Soledad y Santiago. En la barra, colmados de vasos de plástico y botellas de gaseosas, estaban Ramiro, Alejandro, Fabián y Esteban. Otras cuatro chicas se dedicaban a la venta de alimentos y los Amigos del Misterio a pleno buscaban resolver todo los detalles que se suscitaran a lo largo de la fiesta. Juan Diego, por su parte, sin demostrar un entusiasmo demasiado ferviente, fue destinado a vigilar el baño de caballeros, mientras que Daniela hacía lo mismo con el de damas. Así quedaron distribuidas todas las funciones y el baile pudo dar comienzo.
Se produjo un momento de silencio donde la pareja principal, formada por la directora Amelia y el profesor Arnaldo, fue rodeada por todos los presentes, que ya superaban el centenar de personas, y en seguida se escuchó el Vals del Recuerdo, compuesto por un solo de piano que ganaba en velocidad a medida que avanzaba. La pareja comenzó a volar sobre la pista, demostrando una agilidad para la danza que se tenían bien escondida.
Los chicos miraban con los ojos abiertos cómo la directora de su escuela movía las piernas con una gracia incomparable, y aplaudían con verdaderas ganas.
El vals acabó con un quiebre de cintura espectacular y el patio de la escuela estalló en ensordecedores aplausos y silbidos de aprobación.
Un minuto después, todas las parejas que se habían formado previamente a la fiesta o de forma espontánea allí dentro, se largaron a invadir la pista de baile y a divertirse.

La barra de gaseosas y la de comidas pronto se vieron colmadas de jóvenes que pagaban en buena forma, y los chicos comenzaron a creer que era posible hacer buena ganancia aquella tarde.
Mariana, cada media hora, pasaba por las cajas de ambas barras y contaba el dinero, para luego separarlo y guardarlo en un sitio seguro y evitar así cualquier imprevisto.
Además de la directora y el profesor de Educación Física, acudieron al baile las maestras Mariela Benitez y Natalia Obedobro, quienes habían apoyado a los chicos desde el principio en la organización, y que contribuían al control del buen desenvolvimiento de la fiesta.
Todo parecía avanzar con tranquilidad y alegría hasta que sucedió un hecho lamentable. Damián notó que había algo de revuelo en una esquina del patio pero no pudo ver qué ocurría y le costaba abrirse paso entre los chicos, que a esa hora eran más de doscientos.
Mientras intentaba acercarse vio al gordo Carmelo que se dirigía al baño tomándose la cara con las manos. Lo llamó y éste le mostró una nariz sangrante y un ojo algo cerrado.
—¿Qué te pasó? —le preguntó, llegando junto a él.
—Taverna y Salvatierra trajeron a sus amigos y no pude evitar que entraran —se lamentó—. Ahora andan por ahí molestando a los chicos.
Un nuevo tumulto se agolpó en un rincón y Damián pudo ver que los molestos estaban robando comida a los demás chicos y empujándolos.
Él, Mauricio, David, Mariana y Guadalupe acudieron pronto y trataron de alejar a los chicos de los revoltosos. Éstos, al ver que los hacían a un lado, tomaron una mesa con postres encima y la volcaron, desparramando la comida en el suelo, a la vez que reían a carcajadas y hacían frente a todo el mundo, incluso a las maestras.
Entonces, cuando todo parecía que iba a acabar mal, algo extraño ocurrió. Gonzalo Taverna, que reía con sus amigos, cambió su expresión de pronto, quedando muy serio. Se dio media vuelta sobre sí mismo y le lanzó un golpe a su compinche, Julio Salvatierra, acertándole en plena cara. Éste no pudo reaccionar rápido, por lo sorpresivo del movimiento, y cayó sentado. Miró hacia todos lados y ,con un poco de vergüenza, se levantó y embistió con la cabeza a Gonzalo. El golpe en el estómago lo hizo doblar al medio, y ambos cayeron bajo la mirada desconcertada de sus amigotes. Una vez en el piso, ambos parecieron volver a reconocerse y no supieron cómo reaccionar. Como los dos tenían pequeños cortes sangrantes se levantaron y se metieron en el baño, empujando al pasar a Juan Diego, que los miraba furioso.
Los amigotes de Gonzalo y Julio ingresaron tras ellos y nadie más se atrevió a hacerlo. Y allí fue que ocurrió, otra vez, algo realmente extraño: las lámparas dentro del baño comenzaron a brillar cada vez con mayor intensidad, hasta hacerse enceguecedoras, y finalmente estallaron. De inmediato, los muchachos revoltosos, salieron corriendo en todas direcciones y se fueron de la escuela.
Todos se quedaron viendo lo ocurrido, asombrados. Todos menos los Amigos del Misterio, que miraban con desconfianza al rostro furioso de Juan Diego.
Luego, el baile pudo continuar sin mayores problemas y sólo hubo que limpiar un poco los pisos y cambiar algunas lámparas; y finalizó cerca de las diez de la noche, con una recaudación que nadie había pensado que se podía lograr en un solo baile.
La directora se acercó a los organizadores de la fiesta y los felicitó, y minimizó los incidentes ocurridos, aunque les prometió que para la próxima vez, ella personalmente se encargaría de pedir custodia a la comisaría, para que no volviera a ocurrir nada parecido.
Los chicos realizaron un sorteo de despedida, a modo de agradecimiento por tan buena recaudación, y los postres y tortas sobrantes tuvieron su suerte en la maestra Natalia y en una alumna del sexto grado que los recibieron con enorme alegría.
Todo acabó en paz y los chicos volvieron a sus casas con muchas anécdotas y una gran satisfacción.

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