martes, 13 de marzo de 2007

Capítulo 5: El sueño de Mariana

¡Por fin sabremos qué soñó Mariana aquella noche, en lo de Mauricio! ¡Por fin podremos comprender su extraña actitud!

Al día siguiente, durante la clase, Mariana se mostró esquiva con Damián y simulaba estar demasiado interesada en cosas sin importancia, pequeñeces que en otros momentos la habrían fastidiado. Si incluso charló con Marta, la fanfarrona del curso que, por ser bonita, creía que podía hacer cuánto quisiera, y hasta se mostró interesada en sus tontas aventuras románticas con los chicos del Comercial de Paternal.
Damián, por su parte, hizo de todo por llamar su atención, ya que se sentía en falta por descubrirla en la sala de música. Se asomó por la ventana del aula en los recreos, en los que Mariana prefirió quedarse dentro, para estudiar, hizo correr la voz de una falsa fiesta que se realizaría en su casa en pocos días y donde estarían sólo sus amigos más queridos, hasta llegó a ofrecerse para pasar al pizarrón a realizar un ejercicio de matemáticas del que no tenía ni idea cómo resolver, sólo para ver si ella le dedicaba, al menos, una mirada piadosa.
Nada dio resultado. No pudo, en las cuatro horas y monedas que duraba la clase, arrancarle el perdón o, aunque sea, una tregua momentánea.
Sin embargo, no se dio por vencido, y al salir de la escuela se apresuró para alcanzarla, y cuando lo hizo, la acompañó en silencio a lo largo de una cuadra interminable.
Al cabo, viendo que no giraba el rostro para mirarlo e ignoraba su presencia, le dijo:
—Disculpá que te esté siguiendo y resulte un poco pesado. Entiendo que estés enojada conmigo y me doy cuenta de que me lo merezco por pensar cosas tan malas de vos. Lo único que te pido es, por favor, que camines un poquito más lento que ya no doy más y no te puedo seguir el paso... ¡Puf!
Mariana se mordió los labios pero no pudo contener una sonrisa, por lo graciosas que le parecieron las palabras de Damián.
—¡Está bien, me convenciste! Te voy a dar un respiro —aceptó ella, deteniéndose y mirándolo con la sonrisa aún dibujada en la cara—. Pero no me vuelvas a hacer esas acusaciones horribles nunca más. —Su rostro cambió hasta casi alcanzar las lágrimas. Las últimas palabras sonaron ahogadas y temblorosas y debió quitar la mirada de los ojos grandes y acuosos de Damián para no llorar.
—Te lo prometo —aseguró él, tocándole un brazo. Ella echó a andar nuevamente, aunque más lento—. Lo hice porque no podía creer que Juan Diego y vos... Bueno, ya sabés lo que se decía en el curso. Pero ahora sé que nada de eso es cierto y te pido que me disculpes. Fui un tonto.
—Ya te disculpé, no me lo recuerdes más. Sólo te voy a decir que me dio mucha bronca que, por darle una mano a un compañero, me inventaran tantas historias raras. Si al menos supieras por qué lo hice...
Hizo silencio de pronto y no agregó ninguna palabra más a su desahogo. A Damián le hincó la curiosidad de saber qué era eso que ocultaba y la acompañó hasta su casa para ver si en el camino se lo confesaba.
No tuvo suerte en ese sentido pero lo que sí pudo rescatar de bueno fue lo bien que se sintió al caminar a su lado a solas, sintiendo su perfume acompañarlos todo el tiempo y el ritmo agitado de su respiración que hablaba de nervios y de sentimientos profundos. La imaginó paseando, tomados de la mano como su novia, y la idea le agradó enormemente. Se preguntó entonces, por qué nunca se animó a pedirle que salieran juntos y por qué aún no se habían besado en serio.
Durante la caminata fue dándose valor para hablarle de ello, pero un frío en el pecho, que lo ahogaba, se lo impidió, hasta que fue demasiado tarde y alcanzaron la casa, el final del paseo.
La madre de Mariana salió a recibirlos y se alegró de encontrarse con él.
—¡Damián, qué lindo que acompañaste a mi hija hasta acá!
—Hola, señora. ¿Cómo está?
—Bien, gracias... Pasá, pasá —lo invitó, al verlo que se quedaba afuera luego de saludar a su amiga—. Supongo que te quedarás a almorzar con nosotros... Es que no venís muy seguido por acá.
—Me esperan en casa, señora —se disculpó Damián—. Mi mamá se va a preocupar si me retraso mucho más.
—¡Ahora la llamo y le aviso! —dijo ella resuelta—. Vas a ver que te deja comer con nosotros.
Ya sin más excusas posibles, pasó al interior de la casa y saludó a Sandra, la hermana mayor de Mariana, que salía de la cocina donde estaban preparando el almuerzo. Sandra lo miró bien y le dirigió una sonrisa cómplice a su hermana menor. Mariana se sonrojó inmediatamente y Damián, que había notado el gesto, simuló estar viendo hacia otra parte y se arrimó a un cuadro realmente feo, fingiendo estar interesado en él.
—¡Ah! ¡Es una porquería...! —le dijo la madre, viendo que miraba el cuadro—. Siempre estoy a punto de tirarlo a la basura, pero me contengo porque es un regalo de la tía Herminia.
Las chicas se rieron y Damián se puso más colorado que la alfombra del comedor.
La mamá de Mariana habló con la de Damián y consiguió que le permitieran quedarse a comer con ellas.

Durante el almuerzo fue más lo que se dijo con las miradas cómplices que iban y venían, que con las pocas palabras rutinarias que intercambiaron: que cómo estaban en su casa, que si le gustaba que hayan comenzado las clases, que cómo andaba la organización del viaje de egresados de fin de año, y otras preguntas que servían de escape a la situación que planteaba su presencia allí.
Acabado el exquisito almuerzo, que a Damián le supo a gloria, la madre y la hermana de Mariana se apresuraron a retirar las cosas de la mesa y a dejarlos a solas, huyendo hacia la cocina a lavar los platos.
Los chicos se miraron un rato en silencio.
—Sé lo que estás pensando —aventuró Damián.
—¿En serio?
—Sí, y la respuesta a esa pregunta es sí —agregó Damián. Mariana casi dio un salto en su silla y él se sorprendió—. Digo, que estaba muy rica la comida. ¿Eso pensabas, no?
—¡Ah! Sí, claro —respondió ella con desilusión—. Qué bueno que te gustó.
—¿Qué, no pensabas en eso?
—No, pero no importa, era una pavada. Yo, en cambio, sí sé qué pensabas vos.
—A ver...
—Qué es eso que no te dije acerca de Juan Diego —dijo ella, apretando los labios hacia un costado.
—Es verdad, lo estuve pensando todo el tiempo. Es que no entiendo por qué fuiste vos quien lo ayudó.
—Te lo voy a contar, pero si me prometés que no se lo vas a decir a nadie.
—Claro que te lo prometo.
—Ni a Mauricio —dijo ella. Damián asintió—. Ni siquiera a David.
—Quedate tranquila. No se lo voy a decir a nadie.
—Bien. Todo tiene que ver con lo que soñé esa noche que nos quedamos a dormir en la casa de Mauricio.
Damián abrió grande los ojos y recordó la intriga que les había producido su silencio aquella mañana.
—¡Es cierto, el sueño!
—Sí. Todos habían soñado con Juan Diego y yo les mentí y les dije que a mí no me había pasado. Pero, en realidad, también me ocurrió. Fue algo bastante raro porque al principio estaba como en una neblina y no me podía mover hacia ninguna parte, entonces vi una luz muy fuerte que se acercaba y que hacía desaparecer de a poco la niebla de alrededor.
Avancé hacia la luz y descubrí que era una ventana abierta. Cuando me asomé para ver del otro lado, vi a un niño pequeño caído en el suelo, de lo que parecía, era el comedor de una casa. El niño lloraba. Y entonces pude ver que la figura alta y furiosa de un hombre se acercaba al niño y le pegaba con un cinto en las piernas y en la espalda, con una saña que nunca había visto antes.
Damián abría cada vez más los ojos pero no quería interrumpirla.
—Enojada, crucé la ventana para hacerle frente al hombre y ayudar al niño, pero no pude tocarlo. Todo era como si estuviera viendo una película. En cierto momento, el niño me miró desde el piso, como pidiendo auxilio, y descubrí que era Juan Diego. Pero de un momento a otro, su rostro cambió y ya no era más él, sino que eras vos, Damián.
—¡¿Yo?!
—Sí. Y en ese momento me largué a llorar, y fue ahí que me despertaron.
Los ojos de Mariana se humedecieron y Damián le aferró una mano.
—¡Qué sueño extraño, che! Pero, ¿qué tiene que ver eso con que te hayas ido sin decir nada, de una forma tan misteriosa? Yo también soñé con él y no me asusté tanto. No entiendo...
—Está todo muy claro, Damián. ¿No ves que Juan Diego es un chico que fue golpeado mucho por su padrastro? Esas golpes eran muy reales y me dio lástima que estuviéramos vigilando a un chico tan sufrido como si fuera una mala persona. Además, después conocimos a ese padrastro y vimos que era un tipo violento. Eso me hizo comprender que mi sueño era cierto. A Juan Diego lo maltrataban.
—En eso tenés razón. Era un borracho muy peligroso. La verdad que no me imagino lo que habrá sufrido teniendo que vivir con una persona así. No lo había pensado.
—¿Entonces entendés por qué me ofrecí enseguida a darle una mano? Yo no creo que él sea malo. A mí me parece que es sólo un chico tímido, con muchos problemas familiares. Y me da mucha lástima por él.
Damián se sintió mal por haber pensado tantas tonterías de ellos, pero aún así, y para quedarse totalmente tranquilo, le preguntó:
—Eso significa que sólo es lástima lo que sentís por él, ¿no?
Mariana se fastidió:
—¡Sí! No estoy enamorada ni nada, si eso te preocupa. Ese muchacho me parece muy sensible y frágil pero no por eso voy a andar de novia con él.
—No, no. Claro, disculpá —se apresuró a decir Damián, e interiormente dio un grito de alegría y de alivio.
—Ya estabas disculpado antes de entrar en casa. No me voy a volver a enojar por esto.
—¿Y tampoco estás enojada porque te haya descubierto en la sala de música utilizando el piano?
Mariana lo miró y frunció el ceño.
—¡Cierto! ¿Por qué hiciste eso?
—Fue extraño. La verdad es que yo pasaba de casualidad por ahí y escuché tu voz dentro de la sala, entonces me acerqué al vidrio de la puerta y vi claramente a Juan Diego al lado tuyo, detrás del piano.
—¿A Juan Diego?
—Sí. Creía estar seguro de lo que veía, pero cuando llegué al aula lo encontré sentado como un zombi en su silla. Entonces volví a la sala de música y entré de golpe. Te juro que no había visto desde afuera a Jimena. No entiendo qué pasó.
—¡Qué raro! Y lo más extraño es que no sos el único que cuenta algo así. Analía me dijo que le había parecido verme paseando en la plaza con él. Lo más gracioso es que yo estaba sola esa vez y que jamás caminamos juntos con él en ninguna parte.
—¡Menos mal! —exclamó Damián aliviado—. Pensé que ustedes ya eran novios y eso me dio mucha bronca.
—¿En serio? ¿Y por qué?
Damián se vio en riesgo e inventó un salida.
—Eh... porque sos mi amiga y siempre quise todo lo mejor para vos, y me parece que ese chico no te conviene.
Mariana se desilusionó otra vez y perdió todas las ganas de continuar con esa charla.
—Bueno, no sigamos hablando de él. Ahora ya sabés lo que estuve ocultando durante tanto tiempo. Por favor, no se lo digas a nadie.
Damián volvió a prometérselo, diciéndole que no había nadie mejor que él para guardar un secreto, y le agradeció que hubiera accedido a contárselo.
Unos minutos más tarde se despidió de Mariana con un pudoroso beso en la mejilla que, sin embargo, lo hizo sonrojar otra vez, y se fue a su casa para preparar la tarea.
Mientras se alejaba, la madre de la chica se acercó a ella y pasó un brazo por encima de sus hombros.
—Quedate tranquila, Mariana, los hombres son todos iguales. Se preocupan por que nadie les robe la chica pero nunca se dan cuenta de lo que una siente.
Mariana miró a su madre con la boca abierta.
—¡Disculpá, hija! —agregó, cayendo en la cuenta de lo que había dicho—. A veces me olvido que ustedes son niños todavía. No me hagas caso. Damián puede ser un chico especial.



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