martes, 27 de febrero de 2007

Capítulo 3: Sueños y temores

Los amigos se llevan la primera sorpresa. Las cosas son más extrañas de lo que pensaban...



Esa noche Damián tuvo un sueño atemorizador. Soñó que caminaba de la mano de Mariana por la calle del colegio y aparecía este muchacho misterioso. Se les paraba enfrente, sin dejarlos pasar y luego, mirándola a ella, le decía que Damián era un miedoso y que ella no debía andar con miedosos por la calle. Entonces Damián intentaba arrojarle una golpe con todas sus fuerzas, pero su mano se perdía en el aire sin llegar a tocarlo, como si él mismo fuera un fantasma. El chico se echaba a reír con muchas ganas, agarrándose la panza con las manos y Mariana, a su lado, lloraraba en forma desconsolada.
Damián quería abrazarla, pero no podía tocarla, y ella no dejaba de llorar.
En ese instante abrió los ojos y notó que estaba amaneciendo y que Mariana lloraba realmente, aunque lo hacía dormida, como si estuviera sufriendo una pesadilla.
Mauricio también se despertó, y se sentó sobre el colchón para ver qué estaba pasando. Los dos amigos sacudieron suavemente a Mariana y la despertaron.
—¿Qué pasó? —preguntó Damián— ¿Tuviste una pesadilla?
—Si... no sé. No estoy segura.
Guadalupe y David también se levantaron y, con pocas ganas, se acercaron a ella.
—Debe ser una casualidad, porque yo también tuve una —añadió Damián—. Y fue con ese muchacho de enfrente.
—¿Soñaste con él? —preguntó Mauricio. Su amigo afirmó con la cabeza— ¡Yo también! Soñé que vos venías a mi cumpleaños, y cuando entrabas a casa y me dabas el regalo ya no eras vos, sino él.
—¡Yo también soñé con él! Es un fantasma nomás. —afirmó David.
—¡No lo puedo creer! ¡En mi sueño lo saludaba como si lo conociera de toda la vida! —comentó Guadalupe; y luego, mirando a su amiga, añadió:— ¿Y vos? ¿Te pasó también?
Mariana negó lentamente con la cabeza, sin atreverse a mirar a sus amigos a los ojos.
—¡No! Yo no. No me acuerdo qué soñé, pero es seguro que él no estaba... —y sentándose agregó—. Y sugiero que nos olvidemos de este tema por unos días.
—¿Olvidarnos? —preguntó Damián—. Pero si ayer estabas muy entusiasmada con saber quién es.
—Sí, sí. Ya sé. Y todavía quiero averiguarlo, pero creo que es demasiado por ser la primera vez que nos juntamos. Ya vamos a tener más oportunidades.
Y sin agregar ni una palabra se levantó y salió de la habitación hacia el baño de la planta baja.
Los Amigos del Misterio se quedaron boquiabiertos, sin entender nada.
—Algo le pasó. Algo soñó que la asustó, Damián —dijo Mauricio, siempre muy perspicaz.
—Puede ser, pero a nosotros no nos va a decir. Tal vez te lo diga a vos, Guada. Tratá de averiguarlo.
Guadalupe asintió y salió también rumbo al baño.
Esa mañana nadie pudo sacarle una palabra a Mariana y, antes del mediodía, cada uno había regresado a su casa con la incertidumbre de no saber qué era lo que le había hecho cambiar de idea de esa forma.

Pasaron varios días tranquilos, en los que el grupo de amigos no se volvió a reunir. Sólo Mauricio y los hermanos se vieron una tarde en el centro comercial de Once, mientras sus madres los llevaban de un lugar a otro en busca de guardapolvos nuevos, cuadernos, lápices y todo lo necesario para regresar a clases en pocos días. Estaba por entrar el mes de Marzo y el grupo de amigos se reencontraría inevitablemente en el séptimo grado del turno mañana.
Cuando se vieron fugazmente con Mauricio en una tienda de ropa, tuvieron tiempo de intercambiar palabras y se pusieron al tanto de los avances en la investigación.
—¿Sabés que no lo veo afuera casi nunca? —dijo con sorpresa Mauricio—. Vive encerrado en su casa y sólo se asoma por la ventana.
—Es que no tiene amigos —dedujo Damián—. ¿Con quién va jugar?
—Yo no creo que juegue a nada —intervino David—. Además, los fantasmas no pueden salir a la calle a cualquier hora.
—¡No es un fantasma! —chilló su hermano—. Mauricio lo vio una vez en la calle, a plena luz del día.
—A la que sí veo es a su madre —continuó él—. Sale a hacer las compras, corta el pasto del jardín y se la pasa todo el día limpiando la casa. Es de lo más normal. Hasta charla con mi mamá y vino una vez a casa. Esa vez le contó que su hijo se llama Juan Diego Valdez. Un nombre poco llamativo. Yo esperaba un Ezequiel o un Fabricio, qué se yo.
—Entonces nos equivocamos. Debe ser sólo un niño tímido y retraído —dijo desilusionado Damián.
—¿Y la carta qué? —insistió David—. Decía “cualidades especiales”.
—Es verdad —aceptó Mauricio—. Eso es un misterio.
En ese momento la mamá de Mauricio, que ya había hecho sus compras, le indicó que saludara a sus amigos, que ya debían regresar a la casa, y tuvieron que despedirse.

Otra tarde, la del sábado anterior al primer día de clases, justo después de almorzar, sonó el teléfono en la casa de Damián y la que llamaba era Mariana. Su madre le avisó y él entró corriendo desde el patio del fondo, donde jugaba con su hermano a los piratas, y atendió el llamado.
—Hola, Damián —le dijo Mariana del otro lado del teléfono, notoriamente emocionada—. ¡Tengo un dato muy importante para Los Amigos del Misterio!
Al oír el nombre del grupo, Damián dio un salto en el lugar.
—¿En serio?
—Sí. Pero no lo voy a decir por teléfono. Llamá al resto del grupo y encontrémonos en la plaza, a las tres.
—¿Y si no pueden venir?
—Entonces iremos nosotros dos solos —agregó Mariana alegremente y a Damián se le cortó la respiración—. ¡Perdón! Nosotros tres. Me olvidaba de tu hermano.
—Cierto. Está David —se lamentó él.
—¡Ah! —agregó ella—. Que todos traigan unas monedas que vamos a tener que hacer un viaje corto.
—No hay problema. Nosotros tenemos algunos ahorros.
Damián le mandó un beso y ella le respondió enviándole otro con su voz cálida y suave. Su corazón volvió a agitarse y en su rostro apareció una sonrisa imborrable.
David, al ingresar a la casa y verlo con esa cara, comprendió lo ocurrido.
—¡Te llamó! ¿No?
Damián asintió con la cabeza.
—Y además quiere reunir a Los Amigos del Misterio.
El pequeño dio un brinco de alegría.
A las tres de la tarde en punto se encontraron cuatro de los cinco amigos en la Plaza Aristóbulo del Valle, que estaba sobre la calle Baigorria, la misma de la escuela a la que asistían. La plaza era un punto accesible para todos, por lo que se constituía en el lugar de encuentro de la mayoría de los chicos del barrio.
Damián, con su mochila de detective a cuestas, se apuró para llegar primeros con su hermano, pero cuando llegó ya estaban Mauricio y Guadalupe esperándolo, ruborizados y algo alejados entre sí.
Los cuatro tuvieron que esperar a Mariana unos minutos debajo de la sombra del gran ombú en el que solían jugar. Ella emergió de atrás de la calesita con una sonrisa amplia en el rostro y agitando las manos para saludar. A Damián le volvió a invadir esa sensación de que Mariana parecía ser más grande de lo que realmente era, de unos catorce o quince años, al menos, y eso le gustaba y lo ponía nervioso al mismo tiempo.
—¡Chicos, que bueno que estemos juntos otra vez! —exclamó y se abrazó con todo el grupo—. No saben el dato que conseguí —añadió en tono cómplice.
—¿Qué es? —preguntaron todos, mordidos por la intriga.
—¡Tengo la dirección y el teléfono de Fabián Saer!
Un silencio absoluto los invadió de pronto, como si hasta los pájaros hubieran escondido sus trinos al oír la noticia.
—¿En serio? ¿El de la carta? —preguntó Damián, sin salir de su asombro.
—El mismo. Bueno, éste se llama Fabián Saer y vive en Parque Chacabuco; sería una gran coincidencia que no fuera él.
—Es verdad... ¿Y creés que debemos ir allá? —preguntó tímidamente Mauricio.
—¡Claro que sí! Es la pista que nos estaba haciendo falta para descubrir este misterio.
—¿Y qué le diremos a este hombre cuando lo veamos? Es más, ¿cómo sabremos que es él? —acotó Damián.
—Ya se nos va a ocurrir algo, no se preocupen.
Los chicos se miraron y se encogieron de hombros.
—Nosotros también tenemos un dato importante —anunció Damián—. Nuestro vecino se llama Juan Diego Valdez. Su mamá se lo contó a la mamá de Mauricio.
—Juan Diego... —repitió Mariana pensativa— ¡Lindo nombre! —agregó en una mala actuación, que a Damián le dio a entender que ocultaba algo.
Mariana traía un bulto envuelto en pañuelos blancos en una de las manos y en ese momento lo desempaquetó para mostrar su contenido.
—Me tardé porque me costó mucho trabajo que mi hermana me prestara esto —dijo, dejando al descubierto una cámara fotográfica digital bastante pequeña y liviana—. Le dije que la necesitaba para un cumpleaños y que se la cuidaría muchísimo.
—¡Bárbaro! —exclamó David— ¿Y para qué la necesitamos?
—Tiene un buen zoom. Nos puede ayudar a ver algo que no alcancemos con los binoculares.
Una vez arreglados los detalles del viaje, los Amigos del Misterio se subieron a un colectivo de la línea 134 y viajaron veinticinco minutos hasta descender en el propio Parque Chacabuco, sobre la calle Emilio Mitre.
Desde allí debían caminar un par de cuadras hacia el sur y bajar por una calle húmeda y angosta que les dio mala espina. Las casas a derecha e izquierda destilaban historia a través de sus paredes antiguas, y también algo de espanto, con esos amplios ventanales que se conformaban como una invitación traicionera para los curiosos. Tal es así, que el pequeño David recibió un reto a través de una, al mirar a una anciana que montaba guardia, sentada en su mecedora. “Que mirás, pequeño chusma”, le había gritado ella, a lo que él decidió salir corriendo y escudarse detrás de su hermano mayor.
Avanzaron con paso inseguro, verificando a cada minuto que se encontraban sobre la calle correcta. Mariana había dicho Avelino Díaz 954 y pronto arribaron a la cuadra indicada. Cruzaron a la mano impar para poder ver la casa de la vereda de enfrente y ya cerca de mitad de cuadra descubrieron un caserón antiguo al que se accedía a través de un portón avejentado, apenas pintado de un color celeste claro, que cedía en muchos sitios al óxido y la humedad. El portón daba paso a un largo pasillo, que comunicaba las tres viviendas que allí convivían en forma horizontal. A un lado de éste aparecía un ventanal sucio, con rejas negras y olvidadas, a través del cual se podía ver el interior de la primera vivienda. Poseía unas cortinas descoloridas que se encontraban recogidas a ambos lados, y dentro se distinguía un mobiliario modesto, una mesa pequeña y algunas sillas de raso que alguna vez fueran pomposas.
—Esa tiene que ser, porque en la guía dice departamento “A” —explicó Mariana, mientras todos se acomodaban cerca del tronco de un sauce muy frondoso.
—Se puede ver adentro, no creo que haya dejado las ventanas abiertas si él no está en casa —dedujo Mauricio.
—Bueno, hagamos lo que planeamos durante el viaje —dispuso Mariana.
Damián y Guadalupe asintieron y cruzaron la calle, decididos. Ella abrió un cuaderno por la mitad y destapó una lapicera. Él, por su parte tocó el timbre del departamento “A” y esperó a que alguien hablara por el portero eléctrico.
Pasaron un par de minutos y nadie respondió. Volvió a intentar y tampoco tuvo suerte. Justo cuando se volvía hacia los otros chicos que esperaban enfrente, el portón se abrió y emergió la figura desaliñada de un hombre de unos cuarenta y tantos años. Tenía una barba de un par de semanas y el cabello revuelto, por lo que parecía que recién se despertaba.
—Disculpe que lo despertemos, señor —dijo Guadalupe tímidamente, mordiendo la punta de la lapicera.
El hombre los miró a ambos de arriba a abajo, muy seriamente, haciendo un esfuerzo por mantener los ojos abiertos.
—¿Ustedes quiénes son? ¿Qué quieren? —ladró de pronto y un hedor de vino rancio se esparció en el aire.
—Somos vecinos del barrio y estamos haciendo una encuesta... para la escuela —respondió Damián, simulando no sentirse mareado por el olor nauseabundo que se desprendía de aquel hombre.
—Mmm, estudiantes... —dijo pensativo—. Es extraño que ya tengan tarea para hacer cuando aún no comienzan las clases, ¿no?
Damián palideció.
—¡Es un curso de verano! —exclamó Guadalupe rápidamente—. Y este es nuestro examen para aprobarlo ¿Nos ayudará?
Desde enfrente y ocultos detrás de los árboles, Mauricio, David y Mariana se esforzaban por escuchar qué charlaban sus amigos con aquel hombre, pero no lograban captar una palabra. Entonces ella recordó la cámara que traía consigo y la encendió. Apuntó hacia enfrente y tomó algunas fotografías del rostro sucio del hombre. El acercamiento digital le permitía tomas cortas y de bastante buena definición.
—Bueno. Está bien —accedió el hombre, agitando las manos en el aire—. ¿Son muchas preguntas?
—Sólo tres o cuatro —respondió Damián—. Díganos, ¿Cuál es su primer nombre?
—Fabián.
Guadalupe se apresuró a tomar nota y escribió rápido en el cuaderno, con letra nerviosa.
—¿A qué se dedica?
—A nada —respondió y soltó una risita—. Vivo como puedo. De changas.
—¿Tiene familia o vive sólo?
Su rostro se ensombreció y se petrificó en un gesto poco amigable. Lentamente surgieron los colmillos inferiores de su boca, a la vez que se ponía morado.
—Vivo solo —resopló, visiblemente molesto por la pregunta. Damián dudó de continuar—. Pero hasta hace poco tuve familia. Una mujer buena que era lo que más quería —continuó de pronto, con voz temblorosa—, y su hijo que... ¡Ah! ¡Ese pequeño! ¡Debí haberlo encarrilado cuando pude!
Golpeó una mano sobre la otra, produciendo un fuerte chasquido y los chicos saltaron en el lugar. Luego, retrocedieron un poco, temerosos.
—No se asusten —siguió él—. Seguramente ustedes tienen padres modernos que los dejan hacer lo que quieren y no están acostumbrados, pero no hay mejor método de enseñanza que la disciplina —Guadalupe y Damián estaban petrificados del terror—. ¡Anoten eso! Les pondrán una muy buena nota. Ya van a ver...
—Gra-cias... —tartamudeó Damián y retrocedió otro paso—. Lo vamos a anotar...
Guadalupe asintió con la cabeza y se apresuró a escribir lo que pudo en el cuaderno. Hizo un garabato poco legible y tragó saliva.
El hombre avanzó un poco en forma intimidante hacia los chicos, sonriendo extrañamente.
—¿Quieren continuar la charla dentro de casa? Estaremos más cómodos y hasta podemos comer algunas galletitas.
—No, gracias —se apuró a responder Damián.
—¡Vamos, entren! ¡No tengan miedo! —continuó él y dio dos pasos hacia delante, con rapidez, haciendo retroceder a los chicos hasta alcanzar la calle.
En ese momento el rostro del hombre cambió por completo de euforia a temor. Se contrajo en una mueca de espanto, que acabó por asustar a los chicos y hacerlos correr. Dio un grito de susto y saltó hacia atrás, con la mirada fija en algún punto en el aire, frente a sí. Luego, se dio media vuelta y salió corriendo al interior de su casa, cerrando el portón con un golpe.
Mariana pudo verlo cruzar por la ventana, tropezarse con una silla y continuar la carrera hacia el interior de la vivienda, y disparó varias fotografías más del extraño suceso. Luego, apartó la cámara de su rostro y se abrazó con sus amigos, que habían huido despavoridos de aquel extraño personaje.
Una vez calmados los ánimos y sintiéndose seguros nuevamente, pudieron soltar algunas palabras.
—¡Está loco! —chilló Damián— ¿Vieron la cara que puso cuando le preguntamos de su familia?
—Ese hombre es agresivo —apoyó Guadalupe—. Por eso Juan Diego y su mamá lo abandonaron.
—¿Les quiso hacer algo? —preguntó Mariana, desencajada.
—¡Quería que entremos a su casa! —exclamó Damián, todavía agitado—. Podría haber ocurrido cualquier cosa.
—Tendríamos que denunciarlo —opinó Mauricio—. Tenemos fotos de todo, ¿no?
—Es verdad —aceptó Mariana—. Saqué muchas no bien vi que hacía gestos raros. Veámoslas.
Todos se inclinaron sobre el pequeño dispositivo y agudizaron la vista en el panel digital. Mariana corrió las fotos una a una y se pudo observar el avance del hombre hacia los chicos y luego, su sorprendente huída. Las fotos estaban tomadas en serie y parecían los cuadros de una película.
—¡Esperá! —gritó Mauricio—. ¡Volvé atrás un poco!
Mariana pasó las fotos lentamente hacia atrás y ahora el hombre caminaba de espaldas, se daba media vuelta y saltaba adelante. Su rostro expresaba un terror incomprensible.
—¡Ahí! —dijo Mauricio—. ¡Miren!
Todos se inclinaron aún más sobre la cámara, pero no pudieron distinguir nada.
—En esa esquina —agregó señalando un borde de la pantalla digital, donde aparecía una mancha blanca y borrosa—. ¿Se puede agrandar esa mancha?
Mariana tocó algunos botones, hasta que por fin halló el de primer plano. Luego movió la imagen lateralmente, hasta hacer coincidir la mancha blanca, ahora ampliada, en el centro de la pantalla digital.
Los corazones de los chicos se congelaron y sus ojos se abrieron grandes. No podían creer lo que estaban viendo.
—¿Es lo que yo creo? —murmuró Mauricio
—No lo sé —respondió lentamente Mariana—. Voy a intentar ampliarlo más.
Cuando pulsó el botón de primer plano nuevamente, la evidencia quedó expuesta a simple vista. Los Amigos del Misterio se asustaron tanto de lo que veían que echaron a correr por donde habían llegado. Corrieron con tantas ganas que, antes de darse cuenta, ya estaban arriba del colectivo 134 para regresar a sus casas.

Luego de algunos minutos de silencio y tensión, se animaron a volver a ver la fotografía que la cámara había tomado y volvieron a temblar del miedo. En la pantalla digital se veía con claridad el rostro pálido y serio de un chico, mirando con intensidad hacia donde se encontraba aquel hombre, un instante antes de escapar corriendo hacia dentro de su casa. Era el rostro inconfundible de Juan Diego.


martes, 20 de febrero de 2007

Capítulo 2: Jugando a los detectives

Los amigos se reúnen en lo de Mauricio para vigilar al misterioso nuevo vecino. Pero, ¿quién vigila a quién?

Las vacaciones estaban por acabarse y los cinco amigos sintieron que aquella nueva aventura los reunía con mayor fuerza y les alejaba de la cabeza la tensión del inicio de las clases del séptimo grado. Avanzaban por las calles con una sensación de alegría, sazonada con una pizca de espanto que le daba un gusto especial.
Al pasar frente a la casa del nuevo vecino procuraron no mirar hacia adentro, pero las ventanas abiertas y las cortinas moviéndose con el viento invitaban a echarle una ojeada de curiosidad.
—¡Ay, qué miedo! —exclamó David y sufrió un pellizco de su hermano para que callara su bocota.
Los cinco amigos arribaron a la casa de Mauricio y, tras sorprender a su madre con tan espontánea visita, se encerraron en la habitación del primer piso. Enseguida se asomaron a la ventana que daba al jardín y se quedaron petrificados. Desde allí se podía observar perfectamente la casa de enfrente y sus cortinas fantasmales, a través de la copa de un Jacarandá en flor que les servía de camuflaje.
—Tengo que admitir que tus nuevos vecinos tienen muy linda la casa —expresó Mariana—. Antes era horrible de vieja y sucia, pero ahora hasta parece que le pintaron las paredes y cuidan mucho el jardín.
—Es verdad —afirmó Damián—. Un fantasma no se preocuparía de esas cosas.
—Sí, si quiere aparentar no ser un fantasma —retrucó David.
Mauricio se mantenía en silencio, enfocada su vista en las ventanas, intentando atravesar la oscuridad del interior de la vivienda para descubrir cuanto detalle sirviera y develar el misterio del vecino.
—Y si es un fantasma hasta podría oír lo que estamos diciendo de él —añadió el pequeño, haciendo gala de toda su experiencia en películas de terror.
En ese momento, en una de las ventanas, que parecía ser la de una de los dormitorios de la casa de enfrente, asomó el rostro pálido y serio del niño desconocido. No miraba directamente hacia ellos, pero los chicos temieron que sí los pudiera ver y se agacharon los cinco a una misma vez. Ocultos debajo de la ventana se vieron las caras asustadas sin hablar.
—No creo que nos haya visto —concluyó Mauricio algo más animado que el resto—, pero por las dudas correremos las cortinas y espiaremos con más cuidado, usando los binoculares de Damián.
Así lo hicieron y tras una larga hora de acechanza sin mayor logro que el de verlo de vez en cuando ir y venir de un lado al otro, acabaron por cansarse de la ventana y decidieron planear alguna otra alternativa.
—Tenemos que buscar la forma de conseguir mejores datos de su vida que los que podamos obtener mirando por esta ventana —dijo Mariana, que a esa altura se alzaba como una de las líderes del grupo de detectives—. Pero igualmente mantendremos una vigilancia permanente con los binoculares —Tomó un cuaderno y una lapicera y se los extendió a David—. Haremos una guardia de media hora cada uno y anotaremos en este cuaderno todo lo que nos resulte extraño.
—¿Y qué pasará cuando se haga de noche? —preguntó Guadalupe—. Yo tengo que volver a casa antes de la ocho.
—Y nosotros también —se lamentó Damián, mordiéndose los labios.
—¡Quédense esta noche! —rogó Mauricio—. ¡No me van a dejar solo a la hora de dormir!
—Bueno, mientras David hace la primera guardia, nosotros hablaremos por teléfono a nuestras casas para ver si nos dejan quedar —dispuso Mariana.
Todos asintieron y el pequeño David se apresuró a tomar posición en un rincón de la ventana con los binoculares en la mano. Enseguida se volcó a anotar algunas cosas en el cuaderno y continuó mirando hacia fuera.
Los hermanos y Mariana consiguieron quedarse sin mayores problemas, pero Guadalupe no había logrado comunicarse con la oficina de su padre. Él trabajaba hasta muy tarde y tendría que llamarlo después. Aún así, quedaban pocas esperanzas de que pudiera conseguir el permiso. Al padre y a su novia no les gustaba que anduviera fuera de casa y eso debía tener que ver con las dificultades que se dieron en el divorcio de su mamá. Ella sabía todo eso y aunque no lo aceptaba, lo entendía.
Mauricio se sintió decepcionado al conocer esa noticia y su cara acompañó sus sentimientos. Damián le palmeó la espalda y le prometió que intentaría ayudar a Guadalupe con su padre. Y agregó en un susurro que, de todas formas, ya habría otras oportunidades. Mauricio asintió cabizbajo y subió las escaleras con paso cansado.
Cuando regresaron junto a David ya casi acababa el tiempo de su guardia y anticiparon el recambio. Esta vez era el turno de Mauricio. Se arrimó desganado y clavó sus ojos en los binoculares, y permaneció inmóvil como una estatua de cera.
Mariana tomó el cuaderno y leyó algunas de las anotaciones de David en voz alta:
—¡Ahí lo veo! Pasó de un lado a otro con algo en las manos... ¡Volvió a pasar! —Mariana se agarró la cabeza al ver tantas anotaciones—. ¡Puf! Son muchísimas. Tenías que anotar sólo las cosas más importantes, David.
El pequeño sonrió y se frotó las manos.
—¡Escuchen esto! —llamó la atención Damián, que leía del libro “Aprenda a ser detective”—. Acá dice que es muy útil, para conocer los hábitos de los sospechosos, revisar la basura que sacan de sus casas.
—¡¿La basura?! ¡Puaj! —se quejó Guadalupe.
—A ver, dame eso —pidió Mariana, quien a veces aparentaba ser la más grande del grupo—. Es verdad. Parece ser una idea muy buena. Acá indica cómo podemos clasificar lo que encontremos y qué rasgos característicos del sospechoso podemos descubrir... ¡Hagámoslo!
Los cuatro restantes amigos se le quedaron viendo, pensando quién sería el encargado de hacerlo.
—¿No es robar, traerse la basura del vecino? —preguntó con lucidez Mauricio.
—¡No! ¡Que va a ser! —chilló David—. Si la están tirando.
—Creo que es robar —afirmó Mariana pensativa—, porque hasta que el recolector no se la lleva pertenece al dueño de casa. Pero, teniendo en cuenta que a nadie le importa su basura, podrían no notar que les falta.
—Hay una bolsa en el canasto —dijo Mauricio, viendo a través de los binoculares.
—Bien. Entonces sólo tenemos que esperar a que oscurezca —continuó Mariana.
—¿Y quién la va a traer? —se preocupó Damián.
—Lo vamos a sortear.
Pusieron cinco papeles con el nombre de cada uno en una bolsa y la mezclaron. Luego David, el más pequeño de ellos, introdujo su mano y extrajo un bollito. Lo desplegó y tragó saliva.
—Soy yo —dijo temeroso.
—Bueno, quedate tranquilo —lo calmó su hermano—. Nosotros vamos a ubicarnos cerca para poder avisarte si vemos algo raro. Es sólo acercarse al canasto y manotear la bolsa. Es fácil.
El pequeño no se convenció del todo pero accedió a hacerlo.
Cuando el sol desapareció por el horizonte, detrás de los edificios altos del centro de Villa del Parque y Devoto, y se oscureció lo suficiente como para ocultarlos de la visión de la gente que transitaba las veredas, cuatro de los cinco amigos salieron a la calle. En la ventana del primer piso había quedado Guadalupe de guardia para dar aviso de cualquier movimiento extraño dentro de la casa de enfrente.
Damián se apostó en una esquina y Mauricio en la otra. Mariana vigilaba en la vereda de enfrente y David avanzaba con paso tranquilo por la acera, como quien pasea. En cierto momento, los cuatro le dieron la señal de listo a David y éste corrió al canasto y arrebató la bolsa grande de basura, y no se detuvo hasta ingresar en la casa de Mauricio. Aparentemente, nadie había notado la maniobra.
Todos regresaron a la habitación de Mauricio y, tras colocar un trozo grande de nylon sobre la alfombra, volcaron el contenido de la bolsa sobre él. Latas, cajas de cartón, papeles de envoltorios, una botella descartable cortada al medio, saquitos de té, envases de yogurt dietéticos de varios sabores y un montón de otras cosas emergieron de su interior.
Mariana se inclinó sobre la montaña de desperdicios y con un lápiz fue separando los elementos que, según el libro, eran pistas relevantes.
—Aquí hay una caja de cereal de marca reconocida —dijo—. Esto es importante...
—¡Es un asesino cereal! —dijo inocentemente David, tapándose la boca con una mano.
Los amigos se echaron a reír con muchas ganas y David los miraba sin entender qué era lo gracioso.
—Es “Asesino serial”, David —le aclaró su hermano—, de serie, no de cereal.
El pequeño se sonrojó y se mostró ofendido por la burla.
—Bueno, no es nada —lo calmó Mariana—. Hay sólo algunas letras de diferencia. Aunque no creo que nuestro vecino sea asesino.
La palabra vibró en el aire y todos se miraron.
—¡No! ¡Olvídenlo! —exclamó Mariana—. Prefiero creerlo un fantasma.
Continuó revolviendo los restos de basura y halló un sobre de papel madera, que poseía los datos de la madre del vecino de enfrente, retorcido como con bronca.
—Este sí que es un dato importante. Parece ser una carta.
—Y no está abierta —notó Damián—. La tiraron sin leerla.
—Bueno, ya robamos su basura. ¿Qué más da si leemos la carta también? —añadió Mauricio.
—No hay otra forma de saber qué ocurre allí enfrente —animó Damián.
Mariana tomó con cuidado la carta y la desplegó hasta que pudo leer los nombre escritos en el sobre.
—La envía Fabián Saer, de Parque Chacabuco, a Mirta Valdéz, y la dirección de destino es aquí enfrente.
Los cinco amigos se acercaron aún más en torno al sobre hallado. Mariana lo levantó y con una tijera cortó prolijamente uno de los bordes. De adentro extrajo un papel blanco doblado al medio. Lo extendió y se encontró con una letra apurada, apenas legible.
—Mirta, te extraño. Quiero que vuelvas —comenzó a leer y a ruborizarse Mariana—, pero no quiero que traigas a ese pequeño otra vez a mi casa...
Todos se sobresaltaron al oír esas palabras.
—Entiendo que es tu hijo, pero, aunque no me lo quieras creer, me hizo la vida imposible. Tiene esas cualidades misteriosas... Bueno, vos ya sabés... —Mariana se detuvo y dobló la hoja, ocultándola de su vista—¡Ay, chicos! No sé si debemos leerla.
—¡Si! ¡No nos podemos quedar así ahora! —exclamó Mauricio.
Mariana tragó saliva y continuó:
—No voy a recordar todas esas cosas en este momento. Sólo quería pedirte que vuelvas conmigo porque te necesito. Ya no puedo vivir solo... Te amo. Fabián.
—¿Qué será lo que le hizo? —se preguntó David.
—Es muy extraño —concluyó Damián.
—Nos estamos metiendo en una muy gorda —opinó Mauricio.
—¡Ay! —apenas murmuró Guadalupe.
Mariana, muy nerviosa, volvió a meter la carta en el sobre y la dejó sobre el piso. Se puso de pie y caminó de un lado al otro, inquieta.
—Hay algo en este muchacho que debemos descubrir —le dijo Mauricio, pero no logró que Mariana lo apoyara.
—Chicos, lo siento mucho, pero yo me voy a tener que ir —advirtió Guadalupe mirando su reloj.
—¡No te vayas! —se le escapó a Mauricio. Ella se lo quedó viendo conmovida.
—Esperá, Guada —dijo Damián—. Te acompaño a llamar a tu papá y vas a ver que te deja quedar.
Ambos bajaron la escalera y David los acompañó corriendo. Mariana, por su parte, tomó la guardia de la ventana en silencio y comenzó a hacer anotaciones sin dejar de morderse los labios. Mauricio, un poco confundido, tomó la carta y la guardó dentro del libro de detectives. Luego juntó las puntas del nylon donde estaban los desperdicios y, alzándolo, llevó todo envuelto escaleras abajo para arrojarlo al cesto de la basura.
Cuando Guadalupe y Damián regresaron al cuarto, los chicos estaban sentados en semicírculo alrededor de una deliciosa pizza de muzzarella que la madre de Mauricio había llevado, comiendo con evidentes ganas.
—¡Me dieron permiso para quedarme! —gritó Guadalupe al ingresar.
Damián entró detrás de ella con paso relajado y frotando las uñas de su mano derecha sobre la remera.
—Los convencí. No fue fácil pero lo hice.
—¡Sos un genio, Damián! —lo felicitó Mauricio—. ¿Cómo hiciste?
—Al principio no querían, pero en cuanto nombré a Mariana no dudaron —respondió él. Luego, volviéndose hacia su amiga, agregó—: Se ve que te tienen muy bien vista, Mariana.
Ella lo miró y sonrió, pero no logró sonrojarla como pretendía. Tendría que continuar con el “trabajo fino”, como le decía su padre, si quería, algún día alcanzar su corazón.
Los dos chicos se unieron a los otros en la cena y casi se olvidaron del misterioso vecino de enfrente. Charlaron de la voz preocupada del padre de Guadalupe, de su novia, de todas la dificultades que significaban tener padres separados, más allá de lo común que era eso; y acabaron hablando de los noviazgos y otras situaciones cercanas a ello, pero sin animarse ninguno a delatar sus sentimientos por el que tenía adelante.
Luego de la cena, ya agotados todos los temas de conversación, decidieron regresar a sus puestos de investigación e hicieron un rápido repaso de los datos obtenidos.
—A ver, hasta ahora lo que sabemos de este chico es que le gustan los cereales, como a todos nosotros —enumeró Mariana, tomando la palabra con renovado ímpetu, como si la pizza y la charla la hubieran animado otra vez—, es un poco escurridizo y no se logra ver bien qué hace en su casa, vive con su madre y el último padrastro lo acusa de tener cualidades “especiales”... ¿A qué se referirá?
—¡Es un fantasma! —contraatacó el pequeño David.
—No. Yo creo que puede hacer cosas raras, como mover objetos y eso —opinó Mauricio—, y por eso le tiene miedo ese tal Saer.
Mariana abrió los ojos un tanto sorprendida y volvió a entrecerrarlos como imaginándose los “poderes” de este nuevo vecino. Damián se sintió un poco celoso por esta actitud y respondió:
—Para mí que es sólo un farsante. Puede que haya asustado a su padrastro con algún truco, pero yo no estoy convencido del todo.
Guadalupe lo apoyó y David, que no quería abandonar su idea del fantasma ni contradecir a su hermano mayor, movió la cabeza de un lado al otro en una señal ambigua.
—Todo eso puede ser cierto —aceptó Mariana, jugando con el lápiz y el cuaderno—. Deberemos volver a reunirnos alguna otra vez aquí para seguir la investigación. Pero en primer lugar necesitamos ponernos un nombre especial como grupo de investigación.
La idea le agradó a sus cuatro amigos y pronto empezaron a ofrecer nombres diversos:
—¡Llamémonos “Patrulla Secreta”! —propuso David en primer lugar, a lo que Mariana negó frunciendo la nariz.
—Mejor, “Los Investigadores de Villa del Parque” —aportó Guadalupe.
—Demasiado evidente —respondió la líder del grupo—. Tenemos que pensar en algo que sólo nosotros sepamos de qué se trata, de manera que cuando uno mencione ese nombre nos demos cuenta enseguida que se refiere a la investigación de nuestro vecino misterioso.
—¿Qué te parece “Los Silenciosos”? —preguntó Mauricio.
—Mejor, mejor.
—¡Ya sé! —exclamó Damián—. Llamémonos “Los Amigos del Misterio”.
—¡Buenísimo! —exclamaron todos.
—Si, eso es —apoyó Mariana y colocó una mano vuelta hacia abajo en el aire, en el centro de la ronda—. Así cuando hablemos de Los Amigos del Misterio sabremos a qué nos referimos sin mayores detalles.
De esa manera quedó bautizado el grupo y sellaron su pacto uniendo las manos encima de la de Mariana. Luego, y viendo que la hora había pasado volando, se dispusieron a armar los colchones para dormir, no sin antes verificar que el vecino hubiera apagado todas las luces de su casa.
Mauricio bajó un momento para pedir a sus padres una colchoneta más y regresó al poco rato trayendo también unas sábanas y fundas que su madre le había insistido que llevara.
Armaron todo con rapidez y dejaron la cama al pequeño David, ya que a Mauricio le atraía más la idea de dormir directamente sobre el piso, con sus amigos.
Cuando todas las luces estuvieron apagadas y el silencio se adueñó de la habitación, Mariana, que estaba cerca de Damián, soltó una risita malamente contenida, quizás por algo que le dijera Guadalupe al oído.
Damián, al sentir la proximidad de Mariana, quiso estirar una mano para tocarle el brazo, pero se contuvo. Ni siquiera se animó a decirle nada y su corazón le golpeó fuerte en el pecho, como si quisiera salírsele afuera. Tenía un nudo en la garganta y se repetía interiormente que debía ser valiente y decirle lo que sentía por ella alguna vez.
Como su corazón latía muy fuerte y las risitas de Mariana se intensificaban, Damián creyó que lo había descubierto y le preguntó en la oscuridad, con un hilo de voz:
—¿Podés oírlo?
—¿Qué cosa? —preguntó ella con un murmullo suave que le hizo temblar por dentro.
—No nada.
—¿Te referías a tu corazón?

—¿Lo oíste, entonces?
—No, tonto —le retrucó, soltando otra risita—. Pero puedo imaginarme cómo suena.
Damián, entre avergonzado y feliz, aunó fuerzas de donde no tenía y estiró una mano lo más que pudo, hasta que alcanzó a rozar la palma húmeda y suave de la de su amiga. Ella no se asustó por el contacto y, contra todo lo que él esperaba, aferró su mano fuerte y no la soltó.
Damián sintió que el corazón no le cabía en el pecho y que iba a estallar de felicidad. Quería darle un beso, pero para eso todavía faltaba. No deseaba arruinar todo lo conseguido esa noche con un intento brusco y fuera de lugar.
Y así los dos se durmieron haciéndose compañía mutuamente, con las manos aferradas en la oscuridad.
Mauricio, que estaba alejado de Guadalupe, envidió la suerte de su amigo y se prometió que la próxima vez sería él quien organizara la ubicación de los colchones.

miércoles, 14 de febrero de 2007

Capítulo 1: Un nuevo vecino

Un nuevo vecino se muda al barrio de los amigos, a la casa abandonada, y su actitud resulta muy extraña. ¡Si vieras la cara de susto de Mauricio!

Los dos hermanos, sentados sobre el suelo de madera de su habitación, se encontraban rodeados por una pila de revistas, papeles manchados con tinta negra y talco esparcido por todas partes. El mayor de ellos, Damián, le enseñaba al más pequeño, David, cómo funcionaba el complejo sistema de detección de huellas digitales que él mismo había diseñado, y para ello necesitaba de la colaboración incondicional de su hermano y, sobre todo, de sus pequeñas manos.
—¿Es necesario que hagamos tantas pruebas? —preguntó David, mientras Damián tomaba su mano derecha y la acercaba a una almohadilla para sellos—. Ese es mi último dedo limpio.
—Esto es así, David. Ya vas a ver por qué necesito tantas huellas.
El mayor de los hermanos marcó la huella digital del meñique derecho de David en una hoja de papel, donde ya se encontraban plasmadas otras nueve, justo por debajo de dos pequeñas letras escritas con lápiz, que decían “MD”, y sonrió ampliamente.
—¡Ves, ya está! Ahora andá a lavarte las manos y te muestro cómo funciona.
El pequeño se levantó en el acto y corrió al baño para quitarse las marcas de tinta negra. Estaba muy entusiasmado con el experimento y no quería perderse un solo detalle. Pronto regresó con su hermano y se sentó al lado, secándose las manos en la ropa.
—¿Están bien secas ya? —preguntó Damián y recibió un gesto afirmativo de parte de David— Bueno, tomá esto. —Le extendió un vaso de vidrio liso y vacío. El pequeño lo agarró y miró por todas partes con cara de no entender nada. Se encogió de hombros.
—¡Ja, ja! —rió Damián—. Dámelo y vas a ver.
Recuperó el vaso y esparció con cuidado el talco sobre él, procurando que cayera como una lluvia delgada y no se amontonara mucho en un único sitio. Ante los ojos incrédulos de David, una huella nítida, del color blanco del talco, emergió como por arte de magia sobre el vidrio transparente.
—¡Guauuu! —exclamó—. ¿Y que vas a hacer con eso?
—Agarro este papel donde tengo tus huellas marcadas y busco cuál coincide con la del vaso —explicó Damián, juntando el recipiente y el papel con las diez marcas para poder compararlos a simple vista —. ¿Ves? Esta huella es la de tu dedo... ¡índice derecho!
David se inclinó sobre el papel y pudo comprobar la similitud de ambas marcas. Luego, mudo del asombro, se quedó viendo a su hermano con los ojos bien abiertos.
Damián se sintió un héroe y sonrió. Con sus doce años recién cumplidos y su espíritu inquieto y sediento de conocimientos se mostraba como un modelo a seguir para su hermano de nueve años.
En ese momento sonó el timbre de la puerta de calle.
—¡Chicos..., llegó Mauricio! —llamó la madre desde la cocina.
Ambos dejaron lo que estaban haciendo y corrieron al encuentro de su amigo. Mauricio Esquivel era de baja estatura y Damián lo superaba por media cabeza. Tenía el pelo algo largo y llevaba un flequillo molesto, que cada tanto debía correr a un costado de la cara. Era, según él, su forma de estar a la moda, aunque el flequillo largo se había dejado de usar varios años atrás, pero lo cierto era que deseaba ocultar, detrás de esa imagen descuidada, al alumno más inteligente de su clase, y de esa manera limar las diferencias con sus compañeros.
Al abrirle la puerta notaron que su rostro estaba pálido y sus ojos abiertos reflejaban miedo. Avanzó un par de pasos y se detuvo debajo del dintel de la entrada.
Damián lo saludó sin darse cuenta de su estado anímico. Colocó una mano sobre uno de sus hombros y miró hacia afuera con curiosidad. Luego preguntó:
—¿Y las chicas? ¿No llegaron todavía? —Mauricio no contestó nada. Estaba mudo de miedo—. ¿Qué te pasa? ¿Por qué tenés esa cara?
—¡Mauricio, vení a ver lo que inventó Damián! —gritó el pequeño David sin darse cuenta de nada.
Mauricio los miró a ambos e intentó soplar unas palabras, pero resultaron confusas. Los hermanos no lo comprendieron y se lo quedaron viendo con curiosidad.

—Me acaba de ocurrir algo raro, chicos —susurró.
—¡¿Raro?! ¿Cómo de raro? ¿Muy raro? Vení, pasá, contanos —lo invitó Damián.
Mauricio aceptó y avanzó hasta la habitación de sus amigos. Ni siquiera se mosqueó al ver lo desastrosa que se encontraba. Se sentó en el borde de una de las camas y habló con voz impersonal.
—Ayer por la tarde volvimos de la playa con mis padres y descubrí que un chico de nuestra edad se mudó a la casa de enfrente. Lo noté enseguida porque esa casa estuvo cerrada por mucho tiempo y ahora tenía todas las ventanas abiertas, y hasta tenía cortinas blancas dentro que se movían con el viento como si fueran fantasmas. Y recién hoy, hace un rato nomás, vi a este chico por primera vez... y me asusté.
Hizo una pausa dilatada y tragó saliva.
—¿Por qué? —preguntaron los hermanos a un mismo tiempo con los ojos cada vez más abiertos.
—Me lo crucé cuando salía para venir hacia acá. Él estaba entrando en su casa y al principio creí que era una nena, si hasta me pareció que tenía unas colitas en el pelo, pero cuando se dio vuelta para verme, su rostro era bien blanco y muy serio, por lo que miré para otro lado. Cuando volví la vista ya no estaba. Había desaparecido en un segundo. Ni la puerta de su casa se movía.
—Se habrá escondido —concluyó Damián para tranquilizarlos a él y a su hermano, que parecía aterrado.
—Eso también creí yo —continuó Mauricio con la voz temblorosa—, y me volví un poco para ver si estaba detrás de alguna planta. Y entonces se apareció entre las cortinas de una de las ventanas de la casa. Me miraba fijo... ¡Uh! ¡Todavía puedo sentir esa mirada en mi piel!
Los hermanos estaban pálidos y ninguno se animó a decir nada. En ese instante, el timbre de la puerta volvió a sonar y los hizo saltar en el lugar y soltar un grito de susto.
—¡Llegaron las chicas! —gritó nuevamente la mamá desde la cocina.
El hermano mayor acudió con apuro a recibir a Mariana Fermí y Guadalupe Rojas, dos amigas del barrio que, como Mauricio, también eran sus compañeras del colegio. Los cuatro y, en menor medida, su hermano David, formaban un grupo de amigos inseparable que se reunía casi todos lo días con, prácticamente, ninguna excusa necesaria. Esta vez la idea era mirar una película en el televisor grande del comedor que, según Damián, era una comedia muy buena; pero con lo ocurrido a Mauricio ya no sabía hacia dónde derivaría la tarde.
Damián se sentía atraído especialmente por Mariana, quien poseía esa gracia en su forma de hablar y ese rostro angelical que le removían el interior del pecho y le cortaban la respiración. Era muy simpática y desenvuelta, y poseía un carácter firme que contrastaba con su cuerpo delgado y su aparente fragilidad; y aunque Damián se volvía loco de amor cada vez que la veía, jamás se había animado a decirle una sola palabra acerca de ello y se esforzaba por negar todo posible sentimiento cuando los chicos, en la escuela, le hacían burlas al respecto. Mariana hacía lo mismo por su lado, por lo que Damián podía percibir que ambos se gustaban, y eso entorpecía todo aún más. Era común que tartamudeara o se le olvidaran palabras cuando charlaban y que se sonrojara cuando coincidían en algún juego para formar pareja. Sus amigos, Guadalupe y Mauricio, por cierto, sabían perfectamente lo que sentían entre sí y respetaban la timidez de ambos sin intervenir.
Por su parte, Damián sospechaba que a Mauricio le caía muy bien Guadalupe, aunque esto era un poco más difícil de comprobar; y encima ahora, cuando ella lo viera en ese trance que producía espanto, se podría llevar una mala impresión de su amigo. Decidió entonces que debía ponerlas sobre aviso antes de hacerlas pasar a la habitación.
—Chicas, Mauricio acaba de sufrir un susto grande y me parece que tenemos que ayudarlo —y dirigiéndose a Guadalupe en particular agregó:— y apoyarlo en lo que necesite.
—¿Qué le pasó? —preguntaron ellas al mismo tiempo, alarmadas.
—Vengan, pasen adentro y les contamos.
Los cinco amigos se reunieron en la habitación, aún alborotada de papeles manchados y revistas, y se sentaron en torno a Mauricio, quien continuaba desencajado, aunque un poco más animado y con más color en el rostro. Damián fue el primero en hablar.
—Mauricio volvió ayer de las vacaciones y descubrió que enfrente de su casa vive ahora un chico bastante raro. Hace un rato, cuando venía para acá, lo vió y se asustó.
—¿Te pegó Mauri? —se preocupó Guadalupe.
—No, no —se apresuró a responder él—. ¡Qué me va a pegar...! Lo que pasó es que es medio extraño, como si fuera un fantasma...
Las chicas se sorprendieron de que Mauricio, con lo sereno e inteligente que era, dijese esas cosas de una persona que apenas conocía.
—Pero, ¿qué te hizo? —intervino Mariana.
Mauricio volvió a relatar su encuentro fugaz con el misterioso muchacho y todos volvieron a sentir un frío inexplicable en el cuerpo, con la diferencia de que esta vez no sonó el timbre para asustarlos, sino que fue la madre de los chicos quien los sobresaltó. Ella traía una bandeja colmada de galletitas y cinco tazas de leche chocolatada fría. Los amigos se calmaron pronto y quedaron de acuerdo con la vista en que esta interrupción era mucho más agradable que el sonido desgarrador del timbre.
Cuando volvieron a quedar solos en la habitación, Mariana, que poseía un carácter decidido, tomó la palabra.
—Mirá Mauri, quizás te pareció que había desaparecido y en realidad entró corriendo para que te lo creyeras.
Mauricio negó con la cabeza terminantemente. Tenía en la mirada la certeza de quien sabe bien qué ha visto.
—Puede ser un fantasma, Mauri —intervino David, y se limpió la boca con la manga de la remera, a pesar de tener a mano las servilletas de papel—. Si esa casa estaba abandonada y ahora da la casualidad que ves esas cosas...
—¡No es un fantasma! —cortó Damián enojado—. No lo asustes más. Seguramente es sólo un chico como nosotros que se divierte haciendo bromas a sus nuevos vecinos.
—Yo creo que deberíamos conocerlo para poder saberlo —concluyó Mariana, y Guadalupe afirmó con la cabeza.
—¡No! —se quejó Mauricio—. No nos acerquemos. A ver si resulta un fantasma en serio y nos persigue por las noches si lo molestamos. No se olviden que soy yo el que vive enfrente.
—Tenés razón —afirmó Damián—. Pero lo que podemos hacer es ir a tu casa y vigilarlo desde la ventana de tu pieza. Da justo a la calle. Se debe ver bien desde ahí, ¿no?
—Esa puede ser una buena decisión —aceptó Mariana, mirando a Damián a los ojos y haciéndolo sonrojar—. Deberíamos reunirnos allí y ver qué podemos descubrir sin que él nos vea.
Los amigos se entusiasmaron con la aventura y aprobaron la idea por unanimidad.
Mariana buscó con la vista entre las revistas desacomodadas y halló un libro de técnicas de investigación que componía la colección “Aprenda a ser detective”. Lo tomó y lo abrió por el medio.
—Esto puede servirnos, Damián. Acá hay muchas cosas interesantes.
—Llevémoslo a lo de Mauricio... y también tengo otras cosas que nos ayudarán.
Enseguida los hermanos comenzaron a cargar una mochila con el equipo de detección de huellas, algunas linternas pequeñas, sogas, cintas adhesivas, binoculares que venían con las revistas de detectives y otras cosas que, pensaron, les serían útiles.
—Ya estamos preparados —exclamó Damián y se cargó la pesada mochila al hombro—. Vamos a desenmascarar a este fantasma.
Los amigos se pusieron de pie de un salto, sintiendo en el pecho cómo latía el espíritu aventurero, y unas cosquillas en la piel al pensar que podrían enfrentarse a lo desconocido. Un brillo de alegría e impaciencia se reflejó en sus ojos y echaron a andar.

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