martes, 20 de febrero de 2007

Capítulo 2: Jugando a los detectives

Los amigos se reúnen en lo de Mauricio para vigilar al misterioso nuevo vecino. Pero, ¿quién vigila a quién?

Las vacaciones estaban por acabarse y los cinco amigos sintieron que aquella nueva aventura los reunía con mayor fuerza y les alejaba de la cabeza la tensión del inicio de las clases del séptimo grado. Avanzaban por las calles con una sensación de alegría, sazonada con una pizca de espanto que le daba un gusto especial.
Al pasar frente a la casa del nuevo vecino procuraron no mirar hacia adentro, pero las ventanas abiertas y las cortinas moviéndose con el viento invitaban a echarle una ojeada de curiosidad.
—¡Ay, qué miedo! —exclamó David y sufrió un pellizco de su hermano para que callara su bocota.
Los cinco amigos arribaron a la casa de Mauricio y, tras sorprender a su madre con tan espontánea visita, se encerraron en la habitación del primer piso. Enseguida se asomaron a la ventana que daba al jardín y se quedaron petrificados. Desde allí se podía observar perfectamente la casa de enfrente y sus cortinas fantasmales, a través de la copa de un Jacarandá en flor que les servía de camuflaje.
—Tengo que admitir que tus nuevos vecinos tienen muy linda la casa —expresó Mariana—. Antes era horrible de vieja y sucia, pero ahora hasta parece que le pintaron las paredes y cuidan mucho el jardín.
—Es verdad —afirmó Damián—. Un fantasma no se preocuparía de esas cosas.
—Sí, si quiere aparentar no ser un fantasma —retrucó David.
Mauricio se mantenía en silencio, enfocada su vista en las ventanas, intentando atravesar la oscuridad del interior de la vivienda para descubrir cuanto detalle sirviera y develar el misterio del vecino.
—Y si es un fantasma hasta podría oír lo que estamos diciendo de él —añadió el pequeño, haciendo gala de toda su experiencia en películas de terror.
En ese momento, en una de las ventanas, que parecía ser la de una de los dormitorios de la casa de enfrente, asomó el rostro pálido y serio del niño desconocido. No miraba directamente hacia ellos, pero los chicos temieron que sí los pudiera ver y se agacharon los cinco a una misma vez. Ocultos debajo de la ventana se vieron las caras asustadas sin hablar.
—No creo que nos haya visto —concluyó Mauricio algo más animado que el resto—, pero por las dudas correremos las cortinas y espiaremos con más cuidado, usando los binoculares de Damián.
Así lo hicieron y tras una larga hora de acechanza sin mayor logro que el de verlo de vez en cuando ir y venir de un lado al otro, acabaron por cansarse de la ventana y decidieron planear alguna otra alternativa.
—Tenemos que buscar la forma de conseguir mejores datos de su vida que los que podamos obtener mirando por esta ventana —dijo Mariana, que a esa altura se alzaba como una de las líderes del grupo de detectives—. Pero igualmente mantendremos una vigilancia permanente con los binoculares —Tomó un cuaderno y una lapicera y se los extendió a David—. Haremos una guardia de media hora cada uno y anotaremos en este cuaderno todo lo que nos resulte extraño.
—¿Y qué pasará cuando se haga de noche? —preguntó Guadalupe—. Yo tengo que volver a casa antes de la ocho.
—Y nosotros también —se lamentó Damián, mordiéndose los labios.
—¡Quédense esta noche! —rogó Mauricio—. ¡No me van a dejar solo a la hora de dormir!
—Bueno, mientras David hace la primera guardia, nosotros hablaremos por teléfono a nuestras casas para ver si nos dejan quedar —dispuso Mariana.
Todos asintieron y el pequeño David se apresuró a tomar posición en un rincón de la ventana con los binoculares en la mano. Enseguida se volcó a anotar algunas cosas en el cuaderno y continuó mirando hacia fuera.
Los hermanos y Mariana consiguieron quedarse sin mayores problemas, pero Guadalupe no había logrado comunicarse con la oficina de su padre. Él trabajaba hasta muy tarde y tendría que llamarlo después. Aún así, quedaban pocas esperanzas de que pudiera conseguir el permiso. Al padre y a su novia no les gustaba que anduviera fuera de casa y eso debía tener que ver con las dificultades que se dieron en el divorcio de su mamá. Ella sabía todo eso y aunque no lo aceptaba, lo entendía.
Mauricio se sintió decepcionado al conocer esa noticia y su cara acompañó sus sentimientos. Damián le palmeó la espalda y le prometió que intentaría ayudar a Guadalupe con su padre. Y agregó en un susurro que, de todas formas, ya habría otras oportunidades. Mauricio asintió cabizbajo y subió las escaleras con paso cansado.
Cuando regresaron junto a David ya casi acababa el tiempo de su guardia y anticiparon el recambio. Esta vez era el turno de Mauricio. Se arrimó desganado y clavó sus ojos en los binoculares, y permaneció inmóvil como una estatua de cera.
Mariana tomó el cuaderno y leyó algunas de las anotaciones de David en voz alta:
—¡Ahí lo veo! Pasó de un lado a otro con algo en las manos... ¡Volvió a pasar! —Mariana se agarró la cabeza al ver tantas anotaciones—. ¡Puf! Son muchísimas. Tenías que anotar sólo las cosas más importantes, David.
El pequeño sonrió y se frotó las manos.
—¡Escuchen esto! —llamó la atención Damián, que leía del libro “Aprenda a ser detective”—. Acá dice que es muy útil, para conocer los hábitos de los sospechosos, revisar la basura que sacan de sus casas.
—¡¿La basura?! ¡Puaj! —se quejó Guadalupe.
—A ver, dame eso —pidió Mariana, quien a veces aparentaba ser la más grande del grupo—. Es verdad. Parece ser una idea muy buena. Acá indica cómo podemos clasificar lo que encontremos y qué rasgos característicos del sospechoso podemos descubrir... ¡Hagámoslo!
Los cuatro restantes amigos se le quedaron viendo, pensando quién sería el encargado de hacerlo.
—¿No es robar, traerse la basura del vecino? —preguntó con lucidez Mauricio.
—¡No! ¡Que va a ser! —chilló David—. Si la están tirando.
—Creo que es robar —afirmó Mariana pensativa—, porque hasta que el recolector no se la lleva pertenece al dueño de casa. Pero, teniendo en cuenta que a nadie le importa su basura, podrían no notar que les falta.
—Hay una bolsa en el canasto —dijo Mauricio, viendo a través de los binoculares.
—Bien. Entonces sólo tenemos que esperar a que oscurezca —continuó Mariana.
—¿Y quién la va a traer? —se preocupó Damián.
—Lo vamos a sortear.
Pusieron cinco papeles con el nombre de cada uno en una bolsa y la mezclaron. Luego David, el más pequeño de ellos, introdujo su mano y extrajo un bollito. Lo desplegó y tragó saliva.
—Soy yo —dijo temeroso.
—Bueno, quedate tranquilo —lo calmó su hermano—. Nosotros vamos a ubicarnos cerca para poder avisarte si vemos algo raro. Es sólo acercarse al canasto y manotear la bolsa. Es fácil.
El pequeño no se convenció del todo pero accedió a hacerlo.
Cuando el sol desapareció por el horizonte, detrás de los edificios altos del centro de Villa del Parque y Devoto, y se oscureció lo suficiente como para ocultarlos de la visión de la gente que transitaba las veredas, cuatro de los cinco amigos salieron a la calle. En la ventana del primer piso había quedado Guadalupe de guardia para dar aviso de cualquier movimiento extraño dentro de la casa de enfrente.
Damián se apostó en una esquina y Mauricio en la otra. Mariana vigilaba en la vereda de enfrente y David avanzaba con paso tranquilo por la acera, como quien pasea. En cierto momento, los cuatro le dieron la señal de listo a David y éste corrió al canasto y arrebató la bolsa grande de basura, y no se detuvo hasta ingresar en la casa de Mauricio. Aparentemente, nadie había notado la maniobra.
Todos regresaron a la habitación de Mauricio y, tras colocar un trozo grande de nylon sobre la alfombra, volcaron el contenido de la bolsa sobre él. Latas, cajas de cartón, papeles de envoltorios, una botella descartable cortada al medio, saquitos de té, envases de yogurt dietéticos de varios sabores y un montón de otras cosas emergieron de su interior.
Mariana se inclinó sobre la montaña de desperdicios y con un lápiz fue separando los elementos que, según el libro, eran pistas relevantes.
—Aquí hay una caja de cereal de marca reconocida —dijo—. Esto es importante...
—¡Es un asesino cereal! —dijo inocentemente David, tapándose la boca con una mano.
Los amigos se echaron a reír con muchas ganas y David los miraba sin entender qué era lo gracioso.
—Es “Asesino serial”, David —le aclaró su hermano—, de serie, no de cereal.
El pequeño se sonrojó y se mostró ofendido por la burla.
—Bueno, no es nada —lo calmó Mariana—. Hay sólo algunas letras de diferencia. Aunque no creo que nuestro vecino sea asesino.
La palabra vibró en el aire y todos se miraron.
—¡No! ¡Olvídenlo! —exclamó Mariana—. Prefiero creerlo un fantasma.
Continuó revolviendo los restos de basura y halló un sobre de papel madera, que poseía los datos de la madre del vecino de enfrente, retorcido como con bronca.
—Este sí que es un dato importante. Parece ser una carta.
—Y no está abierta —notó Damián—. La tiraron sin leerla.
—Bueno, ya robamos su basura. ¿Qué más da si leemos la carta también? —añadió Mauricio.
—No hay otra forma de saber qué ocurre allí enfrente —animó Damián.
Mariana tomó con cuidado la carta y la desplegó hasta que pudo leer los nombre escritos en el sobre.
—La envía Fabián Saer, de Parque Chacabuco, a Mirta Valdéz, y la dirección de destino es aquí enfrente.
Los cinco amigos se acercaron aún más en torno al sobre hallado. Mariana lo levantó y con una tijera cortó prolijamente uno de los bordes. De adentro extrajo un papel blanco doblado al medio. Lo extendió y se encontró con una letra apurada, apenas legible.
—Mirta, te extraño. Quiero que vuelvas —comenzó a leer y a ruborizarse Mariana—, pero no quiero que traigas a ese pequeño otra vez a mi casa...
Todos se sobresaltaron al oír esas palabras.
—Entiendo que es tu hijo, pero, aunque no me lo quieras creer, me hizo la vida imposible. Tiene esas cualidades misteriosas... Bueno, vos ya sabés... —Mariana se detuvo y dobló la hoja, ocultándola de su vista—¡Ay, chicos! No sé si debemos leerla.
—¡Si! ¡No nos podemos quedar así ahora! —exclamó Mauricio.
Mariana tragó saliva y continuó:
—No voy a recordar todas esas cosas en este momento. Sólo quería pedirte que vuelvas conmigo porque te necesito. Ya no puedo vivir solo... Te amo. Fabián.
—¿Qué será lo que le hizo? —se preguntó David.
—Es muy extraño —concluyó Damián.
—Nos estamos metiendo en una muy gorda —opinó Mauricio.
—¡Ay! —apenas murmuró Guadalupe.
Mariana, muy nerviosa, volvió a meter la carta en el sobre y la dejó sobre el piso. Se puso de pie y caminó de un lado al otro, inquieta.
—Hay algo en este muchacho que debemos descubrir —le dijo Mauricio, pero no logró que Mariana lo apoyara.
—Chicos, lo siento mucho, pero yo me voy a tener que ir —advirtió Guadalupe mirando su reloj.
—¡No te vayas! —se le escapó a Mauricio. Ella se lo quedó viendo conmovida.
—Esperá, Guada —dijo Damián—. Te acompaño a llamar a tu papá y vas a ver que te deja quedar.
Ambos bajaron la escalera y David los acompañó corriendo. Mariana, por su parte, tomó la guardia de la ventana en silencio y comenzó a hacer anotaciones sin dejar de morderse los labios. Mauricio, un poco confundido, tomó la carta y la guardó dentro del libro de detectives. Luego juntó las puntas del nylon donde estaban los desperdicios y, alzándolo, llevó todo envuelto escaleras abajo para arrojarlo al cesto de la basura.
Cuando Guadalupe y Damián regresaron al cuarto, los chicos estaban sentados en semicírculo alrededor de una deliciosa pizza de muzzarella que la madre de Mauricio había llevado, comiendo con evidentes ganas.
—¡Me dieron permiso para quedarme! —gritó Guadalupe al ingresar.
Damián entró detrás de ella con paso relajado y frotando las uñas de su mano derecha sobre la remera.
—Los convencí. No fue fácil pero lo hice.
—¡Sos un genio, Damián! —lo felicitó Mauricio—. ¿Cómo hiciste?
—Al principio no querían, pero en cuanto nombré a Mariana no dudaron —respondió él. Luego, volviéndose hacia su amiga, agregó—: Se ve que te tienen muy bien vista, Mariana.
Ella lo miró y sonrió, pero no logró sonrojarla como pretendía. Tendría que continuar con el “trabajo fino”, como le decía su padre, si quería, algún día alcanzar su corazón.
Los dos chicos se unieron a los otros en la cena y casi se olvidaron del misterioso vecino de enfrente. Charlaron de la voz preocupada del padre de Guadalupe, de su novia, de todas la dificultades que significaban tener padres separados, más allá de lo común que era eso; y acabaron hablando de los noviazgos y otras situaciones cercanas a ello, pero sin animarse ninguno a delatar sus sentimientos por el que tenía adelante.
Luego de la cena, ya agotados todos los temas de conversación, decidieron regresar a sus puestos de investigación e hicieron un rápido repaso de los datos obtenidos.
—A ver, hasta ahora lo que sabemos de este chico es que le gustan los cereales, como a todos nosotros —enumeró Mariana, tomando la palabra con renovado ímpetu, como si la pizza y la charla la hubieran animado otra vez—, es un poco escurridizo y no se logra ver bien qué hace en su casa, vive con su madre y el último padrastro lo acusa de tener cualidades “especiales”... ¿A qué se referirá?
—¡Es un fantasma! —contraatacó el pequeño David.
—No. Yo creo que puede hacer cosas raras, como mover objetos y eso —opinó Mauricio—, y por eso le tiene miedo ese tal Saer.
Mariana abrió los ojos un tanto sorprendida y volvió a entrecerrarlos como imaginándose los “poderes” de este nuevo vecino. Damián se sintió un poco celoso por esta actitud y respondió:
—Para mí que es sólo un farsante. Puede que haya asustado a su padrastro con algún truco, pero yo no estoy convencido del todo.
Guadalupe lo apoyó y David, que no quería abandonar su idea del fantasma ni contradecir a su hermano mayor, movió la cabeza de un lado al otro en una señal ambigua.
—Todo eso puede ser cierto —aceptó Mariana, jugando con el lápiz y el cuaderno—. Deberemos volver a reunirnos alguna otra vez aquí para seguir la investigación. Pero en primer lugar necesitamos ponernos un nombre especial como grupo de investigación.
La idea le agradó a sus cuatro amigos y pronto empezaron a ofrecer nombres diversos:
—¡Llamémonos “Patrulla Secreta”! —propuso David en primer lugar, a lo que Mariana negó frunciendo la nariz.
—Mejor, “Los Investigadores de Villa del Parque” —aportó Guadalupe.
—Demasiado evidente —respondió la líder del grupo—. Tenemos que pensar en algo que sólo nosotros sepamos de qué se trata, de manera que cuando uno mencione ese nombre nos demos cuenta enseguida que se refiere a la investigación de nuestro vecino misterioso.
—¿Qué te parece “Los Silenciosos”? —preguntó Mauricio.
—Mejor, mejor.
—¡Ya sé! —exclamó Damián—. Llamémonos “Los Amigos del Misterio”.
—¡Buenísimo! —exclamaron todos.
—Si, eso es —apoyó Mariana y colocó una mano vuelta hacia abajo en el aire, en el centro de la ronda—. Así cuando hablemos de Los Amigos del Misterio sabremos a qué nos referimos sin mayores detalles.
De esa manera quedó bautizado el grupo y sellaron su pacto uniendo las manos encima de la de Mariana. Luego, y viendo que la hora había pasado volando, se dispusieron a armar los colchones para dormir, no sin antes verificar que el vecino hubiera apagado todas las luces de su casa.
Mauricio bajó un momento para pedir a sus padres una colchoneta más y regresó al poco rato trayendo también unas sábanas y fundas que su madre le había insistido que llevara.
Armaron todo con rapidez y dejaron la cama al pequeño David, ya que a Mauricio le atraía más la idea de dormir directamente sobre el piso, con sus amigos.
Cuando todas las luces estuvieron apagadas y el silencio se adueñó de la habitación, Mariana, que estaba cerca de Damián, soltó una risita malamente contenida, quizás por algo que le dijera Guadalupe al oído.
Damián, al sentir la proximidad de Mariana, quiso estirar una mano para tocarle el brazo, pero se contuvo. Ni siquiera se animó a decirle nada y su corazón le golpeó fuerte en el pecho, como si quisiera salírsele afuera. Tenía un nudo en la garganta y se repetía interiormente que debía ser valiente y decirle lo que sentía por ella alguna vez.
Como su corazón latía muy fuerte y las risitas de Mariana se intensificaban, Damián creyó que lo había descubierto y le preguntó en la oscuridad, con un hilo de voz:
—¿Podés oírlo?
—¿Qué cosa? —preguntó ella con un murmullo suave que le hizo temblar por dentro.
—No nada.
—¿Te referías a tu corazón?

—¿Lo oíste, entonces?
—No, tonto —le retrucó, soltando otra risita—. Pero puedo imaginarme cómo suena.
Damián, entre avergonzado y feliz, aunó fuerzas de donde no tenía y estiró una mano lo más que pudo, hasta que alcanzó a rozar la palma húmeda y suave de la de su amiga. Ella no se asustó por el contacto y, contra todo lo que él esperaba, aferró su mano fuerte y no la soltó.
Damián sintió que el corazón no le cabía en el pecho y que iba a estallar de felicidad. Quería darle un beso, pero para eso todavía faltaba. No deseaba arruinar todo lo conseguido esa noche con un intento brusco y fuera de lugar.
Y así los dos se durmieron haciéndose compañía mutuamente, con las manos aferradas en la oscuridad.
Mauricio, que estaba alejado de Guadalupe, envidió la suerte de su amigo y se prometió que la próxima vez sería él quien organizara la ubicación de los colchones.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy bueno!!!! te engancha inmediatamente!!!! a los chicos debe fascinarle esta lectura!!!! Tiene todo: suspenso, misterio, diversión, amistad y esta dosis de romance guau!!!! me encantó... voy a guardar las historias para mi hija que ya lee muy bien (tiene 8 años). Los felicito!!!!!! Voy por mi linterna y un colchón!!!! : ) Fraga.

Peligro dijo...

Gracias Fraga. Me alegra mucho que te guste.
No te pierdas los próximos capítulos porque la historia se pone más intrigante. Los amigos ya me adelantaron lo que les ocurrió en estos días y la verdad que es muy misterioso.
Si no tenés colchón no te preocupes que Mauricio tiene de sobra :)

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